​Performatividad

​Un concepto sociológico y dramatúrgico

Sociológicamente, la noción descansa en la tradición del interaccionismo simbólico, a la que se incorporan nuevos elementos extraídos de la dramaturgia que han sido reelaborados y dotados de nueva utilidad interpretativa para la política por autores contemporáneos como Jeffrey Alexander y Michael Saward.

El interaccionismo simbólico postula que los individuos actúan socialmente en función de lo que otros actores esperan de ellos. La interacción es un proceso comunicativo que incluye lenguaje verbal y no verbal: discursos, gestos, rutinas, arreglo personal. Cuando interactuamos, los individuos expresamos actitudes gracias a que representamos papeles aprendidos a lo largo de nuestras vidas, que implican posturas acerca de pautas de conducta correspondientes a las diversas circunstancias de la vida cotidiana. Un policía manifestará con ciertos gestos su autoridad al dirigirse al automovilista que ha cometido una falta de tránsito. Un adolescente tendrá un comportamiento con sus amigos y otro muy distinto con sus padres o con sus profesores. En cada caso hay cierto grado de actuación propio del papel desempeñado.

Por su parte, la dramaturgia que incluye a todo el arte teatral, supone una interacción preparada que comunique sentido y suscite una reacción razonada o emocional de su audiencia. Aquí, la “performatividad” hace alusión a los distintos elementos que intervienen en una obra y que incluyen, no solamente la historia que se relata y el talento de los actores, su buena memoria o su capacidad para transmitirla, sino también, un buen guión, un vestuario, una escenografía, una eficaz dirección y la estrategia para poner todo junto en práctica frente a un público que se reconoce, se emociona, se identifica o se solidariza con el mensaje del o los actores. Los “Tonys” que se otorgan al teatro en Estados Unidos o los premios de la Academia cinematográfica, los famosos “Óscares”, son reconocimientos a todos estos elementos que contribuyen a un buen montaje o a una buena filmación: a una buena puesta en escena.

​Performatividad política

Desde los griegos, el teatro ha servido para informar al público y hacerlo reflexionar sobre los mecanismos, los riesgos y las consecuencias del poder. Pero es hasta recientemente que la performatividad se ha convertido en un concepto útil para explicar el ejercicio de la política. Quién hace política requiere en más de un momento, de una buena actuación. El político en campaña cuida su apariencia, su discurso, su voz, la frase y el ademán que lo identifican. Una eficaz puesta en escena colabora a obtener la simpatía del público y la aceptación de propuestas. Más adelante, si gana, usará esos y otros recursos teatrales para mantener su vínculo con los electores o, eventualmente para demostrar fuerza o causar temor. La performatividad política crea audiencias y las transforma con diferentes grados de eficacia, de acuerdo con la reacción que desea producir en ellas. Por ello, dice Alexander que “el poder es performativo”.

Una buena dramatización política perdura en la memoria. Ejemplos de performatividad son: la de Martin Luther King en la escalinata del Capitolio, al culminar la Marcha sobre Washington, cuando describió la alternativa a la desigualdad racial que soñaba; la de los zapatistas en la “toma” de San Cristobal, Chiapas, cuando proclamaron con sus balaclavas y sus cananas la resolución de oponerse a la exclusión étnica; la de las feministas en las conmemoraciones anuales del día de la mujer en la Ciudad de México, cuando rechazan la violencia patriarcal con sus vestimentas moradas y sus pintas a monumentos; la del Papa Francisco en la ventana del Palacio Apostólico, cuando bendice a los fieles con la señal de la cruz; la del expresidente uruguayo José Mujica al volante de su austero Volkswagen, cuando sus perspectivas poco convencionales daban prueba de franqueza. Todos ellos, tan distintos entre sí, son memorables por la dimensión visual, por su contenido simbólico y por el impacto que produjeron en quienes los presenciaron. En estos casos, como en una buena obra de Shakespeare, la calidad del guión y la emoción despertada son cruciales para mantener la memoria del episodio y eventualmente su repetición para reforzarla. Saward afirma que la coreografía –es decir el movimiento, la distribución espacial, la vestimenta de los actores, el escenario– es esencial para la efectividad de la dramatización.

Teorías recientes sobre el populismo, por ejemplo, la de Pierre Ostiguy, Francisco Panizza y Benjamin Moffit, señalan su dimensión teatral asociada a un contexto social conflictivo. Las “intervenciones populistas” entendidas como grandes puestas en escena, capitalizan el descontento popular y consolidan un poder basado en la emoción y el aplauso del público a un líder carismático, independientemente de los resultados reales del ejercicio de gobierno. En estos casos y en otros aún más extremos, la “performatividad” se convierte en un factor central de la concentración de poder.

​Movimientos sociales y performatividad

La performatividad es igualmente importante como recurso de movilización colectiva. Los estudiosos de los movimientos sociales, y en particular Charles Tilly, se han referido a los “repertorios” como elementos clave de un desempeño que se propone impresionar a un público y sumar adeptos a la causa promovida. Los repertorios pueden incluir ceremonias, marchas, cantos, pantomimas, carteles, eslogans o pintas sobre muros como elementos de apoyo a la difusión de un reclamo que se busca compartir con los demás. En las últimas décadas, el uso de redes sociales ha ampliado las posibilidades performativas de los movimientos y extendido su alcance a un público más allá de las calles.

En todos los casos, tanto si se trata de movimientos, de campañas políticas o de ejercicios de poder, la puesta en escena (la “performance”) está anclada, además de la coreografía, en elementos culturales, simbólicos, incluso rituales, que tienen un significado importante para la sociedad hacia la que van dirigidos y que, por lo mismo conmueven y exaltan emociones, lo cual contribuye a crear un sentimiento de identidad o solidaridad con la causa, el discurso, el partido político o el personaje del que se trate. En la política mexicana, repleta de ejemplos, un ritual performativo que renueva cada año la imagen del Presidente de la República es la ceremonia del “Grito” cuando, en la noche del 15 de septiembre, el gobernante se asoma al balcón del Palacio Nacional, grita “Viva México” y tañe la campana de la independencia ante miles de entusiasmadas personas reunidas en la Plaza de la Constitución.

La performatividad es, pues, una estrategia que busca aumentar la efectividad de las demandas, las propuestas y las ideas, a partir de una adecuada presentación ante las diferentes audiencias. Bien utilizada, se convierte en un recomendable recurso que lo mismo fortalece la imagen de los actores políticos que impregna de sentido a los reclamos populares. Puede ser también un camino para el aumento de poder o el abuso del mismo. En todo caso, el análisis de los elementos performativos contribuye a explicar el éxito permanente o temporal de aquellos individuos, grupos o movimientos que los ponen en práctica.

​Bibliografía

Alexander, Jeffrey (2017), Poder y performance. Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).

Cadena- Roa Jorge and Cristina Puga (2021) “Protest and Performativity”, en Shirin M. Rai, Milija Gluhovic, Silvija Jestrovic, and Michael Saward, The Oxford Handbook of Performance. Oxford University Press.

Goffman,Erving (1967) Interaction ritual. New York, Pantheon Books 1967

Ostiguy, Pierre, Francisco Panizza and Benjamin Moffit (2021) Populism in Global Perspective. A Performative and Discursive Approach, London Routledge 2021

Rai Shirin, Milija Gluhovic, Silvija Jestrovic and Michael Saward (editors 2021) The Oxford Handbook of Politics and Performance, Oxford University Press.

Saward, Michael (2017). “Performative Representation.” in Reclaiming Representation, edited by M. Brito Vieira. London: Routledge.

Tilly, Charles (1986). The Contentious French. Cambridge: Harvard University Press.


Comparte el artículo